No olvidaré dejar de soñar
Cuando era niña, me llamaba la atención que la mirada, de los que entonces llamábamos ancianos, estuviese tan apagada. La mayoría de nuestros abuelos, vestidos siempre de colores oscuros, me conmovían y despertaban mi curiosidad. No paraba de preguntarme los motivos por los que se había convertido en personas, que a mí me parecían, sombrías, oscuras y tristes.
No conocí a mis abuelos y con mis abuelas no mantuve una relación estrecha, aunque el recuerdo de los momentos que pasamos juntas es agradable, eran dos de las personas que portaban esta mirada manchada por un velo de dolor, apatía o abatimiento.
Más tarde, creí averiguar de dónde procedía tal tristeza pero ahora sé que me equivoqué. Fue en el momento en que algunas de las personas que tanto quise se fueron, esto me produjo tal desolación, dolor y vacío que me pareció que era la razón de este estado sombrío en el que yo también había entrado. Un bucle, desde donde, pensé que no era posible salir. Estaba claro, las pérdidas nos laceran tanto que difícilmente nos recuperamos.
Ahora, sé que no acerté. De una manera u otra, el dolor por la pérdida de los seres queridos se atenúa cuando, podríamos decir que, empiezan a vivir dentro de nosotros. Es la única forma que se me ocurre para describir el momento en que dejas de estar lamentando el no tener cerca a una persona, cada minuto de tu tiempo, para pasar a recordar momentos vividos junto a ella. Estos relámpagos de vivencias pasadas invaden tu espíritu con el amor que sientes y calman la pena.
Seguí pensando sobre el tema planteado y me di cuenta de cuál es la verdadera causa, que convierte a nuestros mayores en seres tan tristes, es porque dejan de soñar… Ahora estoy segura. Dejan de querer cosas, de imaginar lo que les podrían ocurrir, de provocar que lleguen tiempos mejores, de planear nuevos proyectos, de tener objetivos o un proyecto de vida y de intentar atrapar lo bello. Se olvidan de mirar el lado positivo, lo que siempre está al alcance de nuestra mano porque nos lo proporciona la vida misma, nuestro mundo.
Desearía que mi generación, cuando llegue, a lo que ahora conocemos como la tercera edad, no deje de soñar, no deje de planificar hacer cosas aunque no sean posibles o sean difíciles de conseguir. Así que no olviden reír, sonreír, y pasarlo bien porque no hay nada más gratificante que, después de una vida de trabajo y sacrificio, seamos capaces de alcanzar un estado con tintes de despreocupación, optimismo y disfrute de los pequeños momentos que están ahí y que hay que aprovechar. Ser feliz es gratis.
Yo, desde luego no pienso dejar de soñar… ¿y tú?
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