No paramos de oír hablar de las consecuencias de la crisis y de lo que afecta a nuestros jóvenes. La llamada “generación perdida” lo tiene muy muy difícil. Es indudable que estos chicos, sobradamente preparados y sin oportunidades en nuestro país, experimentan una situación realmente desoladora y que quitaría las ganas de estudiar y prepararse a cualquiera.
Por suerte, cuando eres joven eres menos consciente, más aventurero, soñador y casi siempre crees que eres capaz de cualquier cosa. Gracias a esta “insensatez”, la juventud no tira la toalla, si se necesitan dos idiomas, pues van a por ello, si es preciso invertir en un master, se lo pagan currando. Hay miles de difíciles situaciones a las que se enfrentan nuestros pequeños héroes dignos de admiración y de un gran aplauso y de los que podemos estar muy orgullosos.
Por otro lado, se oye mucho menos hablar de los trabajadores desempleados que tienen más de cuarenta años y que ya llevan 15 o 20 años luchando en el campo de batalla. Tampoco, éstos se merecen vivir una realidad precaria que se prolonga excesivamente en el tiempo. Este escenario es parecido a formar parte de una horda hambrienta de zombies, lo conozco porque yo he sido uno de ellos, un cuerpo que despojado de sus privilegios de repente, sólo quiere recurar su alma, su vida, su situación anterior, su trabajo, su sueldo y todo lo que, con mucho esfuerzo, ya había logrado.
Que se preparen mejor, dicen algunos. Es incongruente, muchos de ellos están muy preparados, tienen mucha experiencia y no encuentran trabajo. Igualmente, los que no lo están tanto, ¿qué pasa ahora, que no hay puestos de trabajo para los menos cualificados? Esto es lo que nos quieren hacer creer pero no es cierto. Nos digan lo que nos digan, no hace falta inglés para retirar de una línea de producción los envases defectuosos. Las capacidades que necesita para desempeñar este puesto correctamente son otras.
Está claro que si la situación de desempleo se alarga, te conviertes en un cadáver profesional. La realidad es que no hay pan para los trabajadores sin experiencia pero tampoco para los que la tienen. Y si hay alguna oportunidad, los pagos mensuales empujan a aceptar ofertas que, profesionalmente, suponen una humillación y, en el plano económico, para qué comentarlo.
Si un joven no puede independizarse con un sueldo de “mil eurista”, que alguien me explique cómo se arregla su padre o su madre con el mismo sueldo…
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